viernes, mayo 08, 2009

Pasaje a Qalanda

Hoy os presento un artículo de Marco Mondino, cooperante italiano en Jordania y los territorios palestinos:

Una persona parada en un checkpoint es un ser suspendido, su jornada puede avanzar o retroceder, todo depende de muchos factores sin ninguna lógica, son variables como un día de otoño. Muin Masri

Son las 8 de la mañana y desde Ramala está a punto de partir el pequeño autobús que lleva a Jerusalén: precio 6 shekel, algo más de un euro. En su interior hay 20 plazas y antes de salir todas deben estar cubiertas. A pesar de la brevedad del trayecto, unos 15 km, algunas veces se tarda un par de horas en llegar a Jerusalén debido al checkpoint de Qalanda.
Desde hace algunas semanas, las reglas se han hecho más duras y todos están obligados a bajarse y atravesar el checkpoint a pie, mientras antes, mujeres con niños y personas mayores podían quedarse en el autobús y un soldado subía a controlar sus pasaportes y equipajes.
Descendemos y nos preparamos para la larga cola: el tráfico se bloquea, largas filas de coches esperan los controles, el muro está frente a nuestros ojos con todas las pintadas que proclaman la paz y la libertad.
Una anciana señora baja fatigosamente del autocar, se apoya sobre su bastón y camina con dificultad. Lleva una pesadísima maleta. Para ella también vale la misma regla: debe esperar y ponerse a la cola para recorrer los estrechos pasillos metálicos, perfectamente iguales a jaulas.
Nos colocamos en fila india, el pasillo es muy estrecho, estamos rodeados a los lados por largas barras de metal y sobre nuestras cabezas pende una red metálica. Una luz verde nos indica que podemos pasar a través de la puerta giratoria. Llega el momento de la segunda cola; en ella se efectuará la revisión de los pasaportes, el detector de metales y el control de equipajes.
Cada día es igual. Todo aquel que quiere trasladarse a Jerusalén desde Ramala o desde cualquier otro pueblo palestino debe prepararse para largas horas de espera. Una nueva luz verde se enciende y una señora anciana pasa a través de la segunda puerta giratoria, atraviesa el detector de metales que no funciona bien y, desde detrás del cristal, una soldado empieza a gritar algo. Se ha puesto nerviosa y grita constantemente, la mujer pasa y vuelve a pasar por el detector, pero algo no funciona, al final la devuelven hacia nosotros, a la espera de indicaciones.
Un niño rompe a llorar, la madre no consigue tenerlo en sus brazos, la gente se impacienta, nos miramos pero mantenemos la calma. Resuelven el problema, la mujer vuelve a pasar por el detector. Después es mi turno.
El proceso dura muchísimo, los palestinos están obligados también a pasar el control de huellas dactilares y a menudo son sometidos a verdaderos interrogatorios. En un checkpoint como este hay más de 20 soldados israelíes de servicio, no se les ve porque están detrás de un cristal, armados hasta las cejas, pero los escuchas gritar cuando das un paso en falso, cuando te confundes de fila o cuando se alteran por cualquier motivo. Hay una separación entre ellos y los otros, hay un largo pasillo hecho de redes y alambre espinado, un recorrido hecho de cerrazón y control de cámaras de vídeo que graban cualquier cosa, de altavoces desde los que escuchas gritos y órdenes militares.
Son las 9:30. Ha pasado más de una hora. Subimos de nuevo al pequeño autocar y por fin nos dirigimos hacia Jerusalén. Mañana será de nuevo la misma historia.

3 comentarios:

Roberto M. Cidoncha dijo...

Comento sólo por decir que he leído el artículo y que no me dejado indiferente, pero no sé realmente qué decir. Lo único que me queda es una sensación molesta en el estómago y mucha impotencia.

Marino dijo...

Que frustrante tiene que ser ver todas esas injusticias, tanto control, tanta opresión y no poder hacer nada

Victor dijo...

creo que la impotencia es lo que mejor lo define, por que nisiquiera tienes cerca a los soldados, no tienes nadie a quien dirigir tu frustración