martes, noviembre 04, 2008

El comienzo de Oljetes verdes Fritos

Era todo tal y como esperaba: un pueblo lúgubre en el centro de ningún sitio. Se encontraba abandonado, semi derruido y rodeado por vegetación. Alfredo sonrió.

- ¿Qué os parece? Bastante acojonante, ¿verdad? - dijo.

El resto, intranquilos, miraban a su alrededor: la plaza del pueblo, que había vivido mejores momentos a lo largo de su historia, se encontraba sin ninguna iluminación. A través de las ventanas rotas de las casas que la delimitaban, sólo se podía ver negrura.

- Está bastante guapo. Siniestro. Mola – dijo Verónica (Antisocial).

- Un poco demasiado oscuris, ¿no? Me da un poquitillo de cosa... - añadió Samanta (Pija)

- ¡Wow! Esto me recuerda al pueblo aquél del World of Worcraft. El que salían el bicho ese enorme con cadenas, cicatrices y que te perseguía, ¿sabéis cual digo? - el silencio fue la respuesta-. ¡Sí, el de...! ...ehem...Pues si que está bien el pueblo, sí. Así rustico y tal. (Friki)

- Una duda me asalta en este preciso instante, ¿y el otro minibus? El que se encaminaba hacia aquí tras nosotros, en el cual se hallaban tus amigos, los universitarios – preguntó Carmen (Intelectual) a Alfredo.

- Pues debería de estar a punto de llegar, porque ha salido muy poco después del nuestro... De todas maneras, lo mejor será que entremos en la casa a esperarles, ¿no creéis?. Aquí hace un poco de frío y está demasiado oscuro.

- And... Y... si perderse, han. ¿Eh? - preguntó Jhon. (Erasmus)

- Tranquilos, no pasa nada. Seguro que están a punto de llegar: un grupo de castores estará cruzando la carretera y tendrán que esperar a que pasen todos – fue la contestación con voz calmada de Gustavo (Buenazo).

Los once se dirigieron hacia la única casa iluminada en todo el pueblo. Según la empresa que contrató Alfredo, dedicada a alquilar casas rurales para fiestas de terror, habría preparada una sorpresa para cuando ellos llegaran. El anfitrión esperaba que, por el precio que costaba todo, fuera algo bastante guapo, aunque hubiera tenido que contratar el paquete más básico.

Alfredo llegó a la entrada. Se paró, miró hacia atrás, donde estaban los demás, y sonrió. Acto seguido abrió la puerta:

-¡Copón bendito! -gritó-.

- Chocolaaaaate.

Enfrente suyo, atada a una silla, había una persona. Bueno, supuso que era una persona. Una con un aspecto bastante horrible. Llevaba lo que confiaba fuese una mascara bastante extraña: los ojos no estaban nivelados, la cara era un amasijo de carne de color extraño y su boca, repleta de dientes amorfos, era desproporcionada en relación con el resto del conjunto facial.


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