martes, noviembre 25, 2008

Historia: El Perro y el Loco

El sol a veces es un enemigo temible. A cuarenta grados centígrados, en pleno verano extremeño, en una excavación abierta sin ninguna sombra cerca… Era difícil no acabar odiándolo. Aquel astro con su calor incesante era como el amigo que te martillea los oídos recordándote lo maravillosa que es su vida mientras tu estas en la miseria.

Llevaba una camiseta cubriéndole la cabeza. La única gorra que había encontrado en su casa era una rosa chillón del bar Mari y otra de Gufi que había portado en su despedida de soltero. Había decidió que su orgullo estaba lo suficientemente hinchado como para no llevar nada semejante, ahora no estaba tan seguro.

A su lado el agua de la botella comenzaba a ser caldo. Se afanaba con un cepillo, limpiando el estrato de tierra, dejando al descubierto pequeños trozos de cerámica poco llamativos. Lo más interesante que había encontrado aquella mañana era una moneda de 10 céntimos cuando estaba abriendo la puerta de su coche. Pero cuando fue a agacharse a recogerla se dio cuenta que estaba pegada al suelo. Si, una vez más había sido engañado por sus congéneres humanos, pero en esa ocasión decidió vengarse. Sacó un pequeño pico del maletero y no se fue de allí hasta que sacó la moneda, cuando lo consiguió se dio cuenta de que varias personas se habían parado a observarlo.
Él les saludo con una sonrisa irónica en la cara y se metió en coche, escapando de allí a treinta kilómetros por hora en su antiguo Seat Ibiza de los años ochenta.

De vez en cuando echaba un vistazo a su reloj, uno de aquellos Casios negros de toda la vida. La última vez que se le rompió una correa decidió comprarse cinco, que venían a durarle un año, algo mas que su matrimonio. Había pensado en adquirir alguno de mejor calidad, pero le tenía apego a las cosas que le habían marcado, como su mujer…

Quizá fue que se casó demasiado joven, ni siquiera había terminado la carrera, pero el noviazgo había sido idílico… igualito que en aquellas películas romanticonas que veían juntos en el sofá destartalado los sábados por la noche, salvo por un a diferencia que aprendió pronto. El no tenía ni el coche, ni el dinero, ni la vida, ni la paciencia de los protagonistas de aquellos bodrios que tanto daño habían hecho a la humanidad en general y a los hombres en concreto.

Una semana antes de acabar su última asignatura ya estaban separados. No obstante se presentó al examen, en aquella hoja de papel se había desahogado escribiendo lo arpía e infiel que había sido su esposa, nada que ver con los textos de paleografía que debía transcribir. Cuando vio que le habían puesto un sobresaliente se enteró de que a su profesor también le había abandonado su mujer un mes antes, así que solo le quedó subirse a su despacho e invitarle a emborracharse en un bar con él.

Quedaba poco para la hora de comer, antes de salir de casa se había preparado un bocadillo de pan Bimbo con atún, que venía a ser lo único que había en la nevera. Las aristas del pan habían comenzado a tornarse en un color verduzco que le recordaban lo difíciles que eran las cuestas de fin de mes, aunque más que cuestas parecían muros verticales sin asideros donde agarrarse.

De repente un resplandor salió de la tierra al pasar su cepillo, era un cristal, aquello si que era nuevo, comenzó a desenterrarlo, pronto apareció un marco ¿Una foto en un sustrato del siglo II a.C? Aquello debía ser una broma. Terminó de sacarlo y se dio cuenta que en su interior, tras el cristal manchado, había una foto… La foto de su exmujer y su amante, abrazados y felices en una playa del caribe costarricense ¡Malditos niños ricos!
Se levantó con poco humor y dio un grito para preguntar por quien había sido el gracioso, no porque le hubiera ofendido especialmente, sino para meterle la gracia por donde la espalada perdía su nombre.

Pero no había nadie, de repente el yacimiento se había quedado desierto, incluso las casas que habían alrededor parecían desiertas. Tan sólo el perro del jefe permanecía tirado en una sombra. El animal se desperezó e irguió la cabeza, le miró soñoliento y bostezó. Se levantó sobre sus cuatro patas y comenzó a andar hacia él.
Ambos se quedaron frente a frente, en silencio, el can abrió de nuevo la boca, como si estuviera a punto de volver a bostezar, pero para su sorpresa comenzó a hablar.

- Hola Ramón ¿Dónde se han metido los demás?

Tardo unos segundos en reaccionar, su ojo derecho comenzó a abrirse y cerrarse, como hacía siempre que estaba apunto de sufrir un ataque de nervios.

- Ya esta, he terminado de volverme loco. Algún día tenía que pasar.

Dejo que la foto se le escapara entre las manos y sentó en el suelo junto al perro, que le miraba extrañado.

- Ramón, estoy preocupado, estas muy raro últimamente.
- ¿Últimamente? ¡Pero si me conoces desde hace un mes!
- Si, pero para alguien cuya esperanza de vida son quince años, un mes es mucho tiempo.
- No me creo que este discutiendo con un perro.
- ¿Pero que tiene de raro?
- Lo primero y menos importante, que te llamas Pocholo, y lo segundo que eres un perro y los perros no hablan. Por eso son los mejores amigos del hombre.
- Por eso y por que nos envidiáis.
- ¿Envidiar yo a un perro?
- Si, nuestra única preocupación es en que dirección nos tirareis el palo y tratar de no morir atragantados por un hueso de pollo.
- Maldito Pocholo…
- Además nuestras relaciones con las hembras son mucho mas sinceras. Hoy yo estoy con una, mañana con otra, y ellas lo mismo. Sin engaños ni complicaciones.
- Pero vosotros sois animales, solo os movéis por el celo, vuestras hembras no se fijan en si sois feos o bajitos, si tenéis más pelo que chiwaca en la espalada o en el tamaño de vuestra cartera. No se fijan en lo interesante que eres o en la carrera que posees.
- Hablas como si todo fuera culpa de ellas.


De repente del suelo salió una mano que agarró a Ramón por el tobillo. Dio un sobresalto y se puso de pie, dando algunos pasos hacia atrás.
Pocholo se acercó a olisquear la mano. Acto seguido comenzó a desenterrarla. Paró un segundo y miró a Ramón

- ¿Qué haces ahí parado como un pasmarote? ¡Ayúdame!


No sin cierto reparo Ramón se acercó hasta la mano y comenzó a escarbar la tierra con las manos, cuando llegaron a la altura de la cabeza se dio cuenta con espanto de quien era. Isabel, la antigua novia que dejó para irse con su exmujer.


Para ser mas precisos la había puesto los cuernos y ella no se lo tomó muy bien, había dejado la carrera y no había vuelto a saber de ella.

- Isabel ¡Has muerto!
- Que voy a estar muerta, sólo estoy enterrada.
- Vaya, ese si que es un buen argumento.

Isabel liberó su segundo brazo y terminó de salir de la tierra.

- ¿Qué haces aquí?
- ¿Qué que hago aquí? He oído vuestra conversación y no he podido aguantarme más ¡Eres un desgraciado!
- Fíjate, en eso estamos de acuerdo, aunque será en una de las pocas cosas en las que coincidimos.
- Eso no es cierto, las peleas sólo llegaron al final ¿A caso no te acuerdas de cómo fue al principio? Los toques que me dabas cada dos por tres al móvil, las cartas que me escribiste, aquellas tardes en el bar Los Amigos.
- Bueno, aquello fue distinto… lo que a mi me pasó con Eva es diferente… ella…
- ¿Ella? Tú me dejaste por ella, más alta, más guapa, más pecho, más dinero ¡Más tonta! Todavía me acuerdo como te exaltabas al decir que nunca te enamorarías de una pija y al final ¡Me pusiste los cuernos con una!
- Creo que prefería mis delirios cuando sólo estaba Pocholo.


Ramón miró al perro que se rascaba detrás de la oreja como si el tema no fuera con él. Cuando pareció satisfecho, se puso de nuevo a cuatro patas y le observó moviendo el rabo con alegría.

- ¿Y tu por que estas contento? Esto es culpa tuya, no debimos desenterrarla.
- Siempre es culpa de los demás. Todo es blanco o negro, no existen los matices ¿No tenemos todos una parte de culpa en lo que nos sucede?
- Ahora entiendo por que los perros no hablan.
- ¡No me escuchas! Todos los hombres sois iguales.- Isabel se enfadaba por momentos y Ramón se agarraba la cabeza con fuerza.
- Esta bien esta bien, me estáis estresando, calmaos un momento.

Pocholo se puso entre ambos y se sentó levantando las orejas.

- No entiendo como dos personas que se quisieron tanto hace tiempo ahora solo deseen hacerse daño. Los mecanismos de defensa humanos son muy raros, en vez de afrontar su culpa y la realidad prefieren permanecer siendo desgraciados.
- Como lo vas a entender si eres un perro.
- Bueno, el amor es algo fluctuante, que una persona que te dijera “te quiero” ya no este contigo, no significa que en ese momento no lo sintiera. Si fuerais capaces de ser un poco menos egoístas, podrías llegar a comprender mejor a la persona a la que amáis, no puedes buscar siempre en una pareja tu propia satisfacción, esas parejas están condenadas al fracaso.

- Puedes decir lo que quieras, pero no perdonaré a Eva ni aunque quisiera volver conmigo.
- Eres un cabrón, yo tampoco te perdonaría jamás.- Isabel se cruzó de brazos y se dio la vuelta.
- Lo veis, os engañáis a vosotros mismos, preferís vivir resentidos que seguir viviendo y ser felices, perdonar a una persona no implica volver con ella, igual que hay gente que se vuelve a juntar aunque sigan teniendo resentimiento y volverán a caer en los mismos errores.
- Eres un perro odioso, nunca mas te volveré a dar un trozo de bocadillo.
- Da igual, el pan rancio y el atún pasado no son mis platos favoritos.


Durante un momento se dio cuenta de que quizás el chucho tuviera razón, vivir frustrado, resentido ¿Hasta cuando podría aguantar viviendo así? De repente se acordó de sus amigos, los que siempre habían estado en los momentos difíciles y que tan poco había visto desde que se casó con Eva. Se acordó de sus padres y de todos los sitios que había querido visitar cuando comenzó la carrera. Finalmente bajo la mano y fue a acariciar a Pocholo, pero cuando lo rozó con sus dedos todo se volvió oscuro.


Abrió los ojos sobresaltado y noto como alguien el sujetaba la mano con fuerza, Una enfermera le toco la frente y le saludo con una sonrisa deslumbrante.

- ¿He llegado ya al cielo? Porque estoy viendo un Ángel.

La enfermera se puso un poco roja y tardó en contestar.

- Siento decepcionarte, pero un hospital se parece bien poco al cielo. Parece que sólo has sufrido un desmayo, te acabamos de traer a la habitación.
- No, no ha sido sólo un desmayo.

Ramón le agarró la mano y sonrió débilmente. Había vuelto a la realidad.


Víctor M. R. Cañamero

Obra registrada. Permitido su difusión no comercial siempre que se cite al autor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Entre insolación e insolación del protagonista, incluso dejó de saber como se llamaba por un instante:

"De repente del suelo salió una mano que agarró a ROBERTO por el tobillo [...] Paró un segundo y miró a RAMÓN"

Ayayayay estos genios despistados :-P. Es broma, bonita historia!

ana ca_sa dijo...

Un perro haciendo de voz de la conciencia o Pepito grillo; buenos toques de humor en una historia de desamor; un ponerse en el lugar del otro (otra en este caso)...
La insolación es como un paréntesis en la vida de Ramón, una parada para la reflexión que le ayuda a superarse y comenzar de nuevo viendo las cosas de otra manera.

Me ha gustado mucho.