martes, noviembre 11, 2008

La Historia: El niño de las Sanguijuelas

De momento no hay resumen de la semana, mañana colgaré las encuestas.

Aqui teneis la historia, es antigua, guardada para momentos en lo que tuviera pocas ganas de escribir:

Agarraba la sanguijuela con dos dedos, la movía de un lado a otro frente a su rostro, haciéndola una mueca que bien podría haber sido una sonrisa.
Una colleja del médico hizo que el viscoso animal se le resbalara de las manos, el chico dio un grito infantil y agudo al tiempo que se agachaba alarmado, recogiendo casi con mimo a la sanguijuela, sin prestar atención a las quejas de su amo.

Mero no era un chico corriente, los niños de su edad se entretenían tirando piedras, peleando entre si, haciendo de rabiar a los animales… el se sentía más a gusto con las sanguijuelas, tenía a una como mascota, le gustaba dejar que le chupara la sangre y la guardaba en un gran tarro de cristal. Se podía decir incluso que la quería más que a las personas

Cuando puso a salvo a la sanguijuela se situó de nuevo junto al médico que charlaba animadamente con el dueño de la casa que habían ido a visitar, un hombre de rostro corriente, pelo negro y fuerte, barba de tres días, ni demasiado corpulento ni demasiado alto. La habitación estaba llena de serrín, maderas y ropa que a juzgar por su tamaño eran de niños de su edad.

Según le había dicho su amo se trataba de un fabricante de marionetas, el más importante de la ciudad. Al hombre pareció llamarle la atención Mero. El chico tenía la cualidad de despertar curiosidad en todo el mundo. Tenía el pelo blanco y quebradizo, su piel era pálida y flácida, un tanto grasienta, pero suave como el terciopelo. Lo que más destacaba en su rostro era el contraste de sus ojos. Uno rojo y el otro negro. En realidad todo en él era un contraste, o amaba u odiaba, pero no había término medio. Igual que amaba las sanguijuelas odiaba su propia voz, de tal forma que no abría la boca si no era para emitir un grito o silbar una canción. El doctor solía decirle a la gente que Mero no sabía hablar, pero no era cierto.

Aquel fabricante de marionetas no le gustaba, no hacia falta un porqué para aquel sentimiento. El médico percibió como el artesano observaba a su siervo.

— Su Madre murió cuando era un bebe y decidí hacerme cargo de él, es algo retrasado pero me ayuda con los tarros.

El fabricante de marionetas trató de ponerle una mano en la cabeza para revolverle el pelo, pero Mero dio un grito y se escondió tras el doctor.

El Sanador se disculpó y mandó al chico que trajera los aceites y ungüentos que el hombre había encargado.

La siguiente casa que visitaron fue la de una rica viuda cuya hija llevaba varias semanas encerrada en su habitación. Había perdido el apetito y su madre había acabado por llamar al médico.

Al parecer el prometido de la muchacha había muerto atropellado por un carro en un barrio desfavorecido. Le encontraron desnudo con la mitad del cráneo destrozado. Estuvieron a punto de enterrarlo en una de las fosas comunes destinadas a los pobres hasta que alguien llegó a reconocerle por casualidad.

El doctor le pidió a Mero un tarro de aceite de hígado de Bacalao. El chico abrió el pesado maletín de frascos y sacó el que le había pedido.

— Es útil contra la depresión, hará que recupere el apetito —le dijo a la corpulenta y ostentosa señora que llevaba una peluca blanca.

Tras recibir unas monedas de la viuda salieron de la casa y subieron al carro rumbo a casa. Ya había comenzado a caer el sol. El traqueteo que provocaban las ruedas al chocar contra las calles empedradas siempre le había hecho gracia a Mero. El vehículo del médico era grande, tenía unos asientos de tela roja a los lados, pero también tenía armarios cerrados donde el doctor guardaba los remedios más comunes que podían serle de utilidad en las visitas. El exterior de madera oscura lucía unas grandes letras que lo anunciaban como al mejor médico de la ciudad.
Mero se entretenía con su sanguijuela, la llevaba dentro del bote de cristal y la miraba con los ojos muy abiertos. De vez en cuando daba golpecitos con el dedo allí donde más cerca se encontraba el animal.

— Nunca vi a un niño al que le gustaran las sanguijuelas, debe ser porque tu madre era una bruja, llena de verrugas y de nariz aguileña. Tuviste suerte de que me apiadara y te trajera conmigo.

El Doctor le dedicó una mirada compasiva antes de girar el rostro para observar por la ventanilla. Mero sabía que no era cierto, su madre había muerto cuando apenas había cumplido el año, pero se acordaba perfectamente de ella y no fue una bruja. La memoria era una de sus cualidades, era capaz de recordar todo aquello que amaba o había amado con detalle casi milimétrico, siempre había sido capaz de ello desde el mismo momento en que llegó al mundo.
Su madre había sido muy distinta a él, una mujer bajita pero bien formada, de pelo moreno ondulado, suave y brillante que se cepillaba todas las noches. Con pechos abundantes y caderas pronunciadas.

El médico la había atendido cuando se puso enferma. Cuando murió el doctor decidió convertirlo en su siervo.

Un sobresalto de su amo le hizo volver a la realidad.

— ¡Maldita sea! El aceite de ricino… ¡Conductor, Pare el carro!

El hombre frenó con suavidad, el doctor se levantó y buscó dentro de uno de los armarios, sacó un tarro de barro y se lo extendió a Mero.

— Se nos olvidó darle esto al fabricante de marionetas ¿Sabes donde vive, no?

Mero no se atrevió a asentir, sabía que le pediría que fuera a llevárselo pero aquel hombre no le gustaba.

— Vamos, no te hagas el loco, se que si que lo sabes, tengo mucho trabajo que hacer todavía en casa y no puedo perder tiempo, llévale esto enseguida.

El chico cogió el pequeño tarro con la mano que le quedaba, pues aún sujetaba el tarro de la sanguijuela. Se levantó fastidiado y abrió la puerta, pero antes de salir su amo le obligó a que dejara a su mascota en el carro.

Comenzó a caminar de vuelta a casa del artesano, se encontraba en una zona céntrica por lo que un oficial público se afanaba en prender las velas de las farolas.

Al menos allí no había gente oscura, que era como llamaba Mero a las personas que hacían daño a otras personas. Esos individuos no se arriesgaban a andar por las calles empedradas entre las que se levantaban las grandes casas de las personas ricas de la ciudad.

No tardó en divisar el edificio, antes de acercarse un solitario gato negro se dirigió a él para frotarse contra sus piernas, Mero sonrió y le rascó debajo de la cabeza, levantó la mirada y vio que se encontraba prácticamente sólo, a lo lejos pasó una carroza y más cerca un hombre ensillaba un caballo.

Se acercó hasta la puerta seguido por el animal, con la oscuridad el perfil que dibujaba la mansión era siniestro. El gato se negó a continuar, Mero le miró y el felino le contesto con un maullido, fue a tocar la puerta con los nudillos cuando se dio cuenta que estaba abierta.

Mero se volvió a girar para mirar al gato, pero el animal ya se había ido. Ena quel momento penso en darse la vuelta y salir corriendo, pero seguía siendo un niño y su naturaleza era curiosa. Atenazado por la contradicción de lo que su cabeza le decía y lo que su cuerpo hacía se descubrió abriendo la puerta. No chirrió, Mero se deslizó dentro en silencio y observó el recibidor donde el artesano los había acogido, se encontraba iluminado por una araña de cinco velas, de las cuales dos se habían apagado. En frente una amplia escalera llevaba hasta la primera planta, a su derecha había una puerta cerrada y a su izquierda otra abierta de la que salía una tenue luz.

Mero se asomó por la puerta, lo suficiente para echar una ojeada. No se hubiera decidido a entrar si no hubiera encontrado algo que le llamara la atención, en este caso se trataba de una marioneta, la marioneta de una niña morena y seria. Era igual que una chica que había visto una vez en el mercado de verduras, llevaba un cesto de lechugas frescas y una sonrisa radiante, cuando pasó a su lado descubrió que desprendía una fragancia a menta. Le había gustado tanto que la imagen de la muchacha había quedado grabada en su mente.

Cuando estuvo enfrente de la marioneta descubrió con asombro que aquel mecanismo de madera labrada también olía a menta, pero estaba vestida con las ropas de una princesa, con seda blanca y falda de encajes bordados.

Se quedó un rato mirándola, descubrió que tenía unos ojos tristes que parecían mirarlo, cuando finalmente se atrevió a tocarla descubrió que la madera era suave y aterciopelada, casi como la auténtica piel de un niño. Cuando dirigió su mano hacia la del muñeco se sobresaltó. Uno de los dedos de madera se cerró solo antes de que llegara a tocarlo. Un grito ahogado salió de su garganta. Volvió a mirar a los ojos del muñeco, Mero movió su mano delante de él y descubrió espantado como la mirada de la marioneta le seguía.

Una sombra le cubrió de repente, poco a poco se fue girando hasta que se encontró ante la figura del artesano. Hubiera gritado si hubiera podido, pero el miedo lo había atenazado. Extendió su mano temblorosa con el tarro, el hombre lo cogió y lo examino, abrió la tapa y lo olisqueó antes de asentir satisfecho.

— El aceite de ricino, que marioneta más obediente ha venido a vernos…

Obra registrada.

Víctor Manuel Ruiz Cañamero

8 comentarios:

Ace dijo...

un deja-vu esto ya lo he vivido ...

algo relacionado con lo abundante ... xd

weno tio ya sabes lo q dije en su dia sobre estta historia xd

ostias, es el 2º comentario en un solo dia ... como se nota q estoy malo y me aburro en casa xd

Anónimo dijo...

Joer, tio que historia más rayante :-S ... Esta guay ...

Eso sí, hace poco que me he empezado a ver "Naruto Shippuden" y no puedo evitar ver cierta similitud con "Sasori!" ... Uyuyuy ... el señor SGAE tomando ideas de otras historias uyuyuy...

ana ca_sa dijo...

No sé que comentar. Primero siento que no puede terminar así. Un ser maltratado por la naturaleza, que no ha conocido el amor (ni el de una madre) y que sólo tiene la 'amistad' de una sanguijuela, pero que parece sobrellevarlo a su manera ¿por qué condenarlo a no conocer la felicidad? ¿por qué convertirlo en marioneta?.
Despues pienso: bueno, con las características y descripción del niño pocas posibilidades tendría de ser feliz. Quizá ser marioneta al lado de otra a la que se quiere no sea el final peor, al fin y al cabo todos somos algo marionetas en este teatro del mundo...
Pero no sé, la marioneta de la niña de las lechugas, que en su día tenía una sonrisa radiante, ahora estaba triste. Además el hombre no dice que va a convertir a Mero en una marioneta, dice "qué marioneta más obediente a venido a vernos".

ana ca_sa dijo...

En fín Víctor me gusta la historia pero ¿tiene continuación o termina aquí y el final de Mero es, de verdad, convertirse en muñeco de madera manejado por hilos?
Bueno, si en realidad él ya era una marioneta manejado totalmente por su dueño y con escasas o nulas posibilidad de escapatoría... pero ¡qué triste otra vez!
Menos mal que ahora voy a leer las viñetas...

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

ah jajajaja como se raya la gente ... pues yo no puedo evitar ponerme a favor de las marionetas!!

Es un final triste acabar convertido en marioneta? pues yo creo que no ... por lo menos de marioneta vives sin cumplir tus sueños ... lo que me parece mejor que morir sin cumplir tus sueños como humano ...

Victor dijo...

bueno, primero gracias por comentar, y por leeros la historia, el final está abierto, para que cada uno imagine el final que tuvo realmente mero.

en principio no tengo pensado continuarlo, muchas veces prefiero los finales abiertos que permiten una mayor interpretación por parte de quien los lee.

Un abrazo
Víctor

Victor dijo...

A proposito sergio, yo siempre he estado en contra de la SGAE xD, mis textos se pueden difundir libremente siempre que no tengan un interés comercial y se cite al autor.

A proposito, no sigo Naruto Shipudden, quiza sean ellos quienes me han copiado a mi jejejeje

Un saludo!