martes, diciembre 23, 2008

La historia: los tres rubies


Los dos hablaban alegremente junto a la barra de la taberna, no había nadie en la ciudad que no los conociera.

Él era un hombre alto y fuerte, de buenos hombros y rostro afilado, con el pelo bien recortado y patillas que llegaban hasta la quijada. Ella, era una mujer de piernas largas y curvas generosas, de ojos incisos y profundos.

Formarían la pareja perfecta si no fuera por el impedimento de que eran primos terceros por parte de tío abuelo, o algo así pues los rumores nunca son ciertos al cien por cien.

No se les conocía más oficio que la cerveza, ni más corcel que el taburete sobre el que descansaban todos los días sus traseros.

No había fiesta en la ciudad a la que no se les invitara ni mejor compañía con la que pasar una noche de invierno. Su buen humor y buena armonía eran memorables, nunca se los había visto discutir. También era cierto que nunca habían pagado ni una de las rondas que a lo largo de su vida se habían tomado. - Posadero, póngame otra ronda.

– Robereth comenzaba a tener las mejillas sonrojadas y los ojos alegres.
- ¿Y esta quién la paga?
- Tu tranquilo Casqui, apúntanosla en nuestra cuenta.

Casqui era el apodo que Robereth le había puesto cariñosamente al posadero, siendo diminutivo de Cascarrabias. Era un anciano sin descendencia conocida, aunque circulaban rumores sobre que las ratas que habitaban el edificio tenían cierto parecido físico con él.

Robereth y Tigana eran fieles feligreses de la taberna de Casqui. Se podría incluso decir que el viejo les había visto crecer a la misma velocidad que la deuda de las rondas que le debían, pero les había cogido cariño y los trataba como a sus hijos.

Un hombre abrió la puerta de la posada de un fuerte empujón, el sol le daba de espalas por lo que los correligionarios de la taberna sólo vieron su terrible silueta. Tenía dos varas de altura, los hombros más anchos que una mula y su voz retumbaba cual rugido.

- ¡Están aquí esos que llaman Robereth y Tigana!
- Si están ahí.- Robereth se apresuró a señalar a una esquina de la taberna.
- ¡Eso es una escoba! ¿Queréis tomarme el pelo?
- No, no, mi amigo se ha equivocado, son esos.-

Tigana señaló a una botella de ron vacía a la que habían dibujado dos ojos y una gran nariz.

- Basta, no puedo perder más el tiempo.

El hombre entró en la sala permitiendo que la gente viera realmente su figura. Rápidamente se dieron cuenta que lo que parecía un ser descomunal, se trataba realmente de un hombre bastante bajito y cabezón, subido en unos zancos y con una enorme mochila a la espalda. Se hizo un silenció momentáneo, cortado por pequeñas risas de Robereth y Tigana.

-¿Qué pasa? ¿Nunca habéis visto a un hombre con zancos? ¡Esta lloviendo y no quiero mancharme los zapatos!
- Claro, claro.- Dijo Robereth divertido.
- ¿Están o no están aquí Robereth y Tigana?
- ¡Que buscas a Robereth y Tigana! Haber empezado por ahí.
- Tigana se hizo la despistada.
- Somos nosotros.- Robereth se puso de pie todo lo recto que la cogorza le permitía.- ¿Qué deseáis mi buen compañero?

El hombre bajó de sus zancos y se acercó hasta ellos, Robereth se sintió poderoso al ver que apenas le llegaba a la altura de los sobacos. El bajito cabezón se quitó la mochila y rebuscó durante un rato hasta que saco una pequeña bolsa.

- Siento anunciarles que su tío abuelo Rodoberto ha muerto.
- ¿El tito Rodo ha muerto? ¿Y esas son sus cenizas? ¡Oh Dioses, cuán crueles podéis llegar a ser, llevaros a un hombre tan jovial! ¡Tan sólo tenía 104 años!

Robereth y Tigana se tiraron al suelo entre un mar de lágrimas sujetando la bolsa y recordando a su viejo tío abuelo, al que realmente sólo habían visto dos veces en su vida, de las cuales una y media fue para pedirle dinero.
- Esas no son las cenizas de Rodoberto, sino vuestra parte de la herencia, cazurros.

El hombre bajito les dejo la bolsa y salió de nuevo de la taberna con las cejas fruncidas en gesto de cabréo. Finalmente, Tigana y Robereth quedaron todo lo asolas que se podía estar en una taberna junto a la pequeña bolsa.

-¿Qué será?- Pregunto Tigana intrigada
- No se, ábrelo, lo mismo es una bomba.- Robereth parecía asustado.
-¡Pero como va a ser una bomba si aún no se ha inventado la pólvora! ¡No me seas anacrónico y ábrela tu!- Dijo Tigana en tono fuerte pero no falto de cariño.
- ¿Y si es un huevo de dragón? El tío abuelo Rodoberto era un viajero incansable, hasta llego a portar el orinal de un rey según contaban. Decían que últimamente lo usaba como sombrero…
- Espero que no sea un trozo del orinal.- Dijo Tigana tomando un trago de cerveza. Con mucho cuidado Robereth deshizo el nudo y apartó, con toda la sutileza que puede tener un borracho, la tela del atillo descubriendo el contenido.
- Vaya, si nos ha dejado tres piedras, últimamente se le iba mucho la olla al pobre. Robereth estaba a punto de tirarlas cuando Tigana, emocionada y con lágrimas en los ojos le detuvo con una sonora colleja.
- ¡Pero qué haces! No ves que son rubíes del tamaño de un huevo de paloma ¡Somos ricos! Robereth, que en su vida había olido una moneda auténtica y menos una piedra preciosa, tardó en comprender realmente su valor.
- Al fin podréis pagarme lo que me debéis.- Dijo Casqui más emocionado aún que ellos.
- ¿Has oído algo?- Dijo Tigana ignorando completamente al pobre Casqui.
- No, no, lo mismo ha sido Casqui que nos invita a otra ronda.- Robereth le dedicó una sonrisa al anciano.

El tabernero puso cara de resignación y volvió a su trabajo mientras Tigana y Robereth observaban asombrados su tesoro.

- Bueno, lo mejor será que los guarde yo, que tú siempre has sido un poco despistado Durante un segundo Robereth aceptó, pero cuando se disponía a posarlos sobre las manos de su compañera se lo pensó mejor ¿Y si Tigana decidía fugarse con las joyas? ¿Y si se los gastaba por ahí sin contar con él? Tigana siempre había tenido unos gustos excéntricos y raros.

- No, mejor los guardo yo, soy un hombre fuerte y fornido, nadie se atreverá a robármelos. Por desgracia Tigana no estaba de acuerdo. Todavía tenía en la memoria como a su querido Robereth le habían robado hasta los mismos calzones, sin que se diera cuenta, unos niños de cuatro años.

- Anda, no seas tonto y dámelos.
- ¿Me has llamado tonto?- Dijo Robereth enfadado.
- No, que va, te he llamado tonto. - A bueno… ¡EEEEEE! – Grito Robereth al darse cuenta del engaño.- No pienso dártelos.

En apenas un segundo Tigana y Robereth empezaron una épica contienda, que sería recordada por los clientes de la posada durante las décadas siguientes. Tigana le metía patadas en las partes sensible mientras Robereth trataba de zarandearla. Yoyas, tirones de pelo… todo parecía permitido en aquella orgía de violencia desbocada, hasta que finalmente chocaron contra una mesa y tiraron la jarra de cerveza a un hombre que en ella estaba. Los dos pararon al instante y miraron al feligrés, que les saludo con una sonrisa.

- No se preocupen muchachos, he visto que tenéis un problema, quizá yo pueda ayudaros. Seguro que habéis oído hablar de mi, soy David, el gran y magnánimo abogado de los dioses que va de ciudad en ciudad ayudando a los hombres y mujeres, soy el paradigma de la verdad y la bondad, la luz que ilumina a los descarriados, la mano que mece la cuna, el verdadero director de bailando con lobos, el yin del yan…
- Vale, vale, creo que ya lo vamos pillando, pero ¿No son demasiados buenos atributos para que los posea un solo hombre?
- No mi querido amigo, los Dioses me hicieron así de generoso, además nunca he cobrado por hacer mi trabajo.
- Eso ya si que no cuela.- Tigana se puso en pie.
- Algo me huele raro.
- Debe ser el pulpo que estoy preparando.- Dijo Casqui desde la barra.
- Bueno, y como solucionaría nuestro problema, gran juez.- Robereth tampoco parecía muy convencido.
- Veréis, según he podido oíros hablar, tenéis 3 rubíes y os da miedo que uno solo de vosotros se encargue de su custodia. Os propongo que cada uno de vosotros os quedéis con uno, así no tendréis problemas.
- ¿Y el tercero?- Robereth parecía más avispado de lo que aparentaba con la cogorza.
- El tercero lo guardaré yo gustosamente y sin cobro ¿Quién mejor para guardar un rubí que el mejor hombre entre los hombres? Mi bondad no tiene fin y no hay nadie en la ciudad que, sabiendo quien soy, se atreva a hacerme daño por temor a los dioses. Para que veáis que vuestra inversión no corre peligro, de ahora en adelante siempre vendré a esta hora a la taberna, de tal forma que siempre podréis localizarme.

Durante un segundo Robereth y Tigana parecieron reticentes, miraron a aquel individuo, sus ojos eran limpios y estaban enmarcadas por unas cejas de forma bondadosa. Iba bien vestido, con traje de seda fina y era delgado y joven.

- Me parece buena idea.

Robereth le dio un rubí a David y el otro a Tigana. Todo parecía volver a la calma y Tigana y Robereth contentos, pero pronto empezaron a recelar, no sólo por haberle dejado aquel rubí a David, sino también por el que llevaban consigo.

Apenas durmieron nada aquella noche y por la mañana las ojeras decoraban sus rostros. No dejaban de palpar la joya cada pocos instantes para comprobar que seguía en su lugar, torturando su cabeza e impidiéndoles disfrutar de las cervezas. Además, se preguntaban si aquel hombre no les abría engañado, llegando a la conclusión de que si al día siguiente lo veían, le pedirían que les devolviera el rubí. Así lo hicieron y en el momento en que vieron a David entrar en la taberna se abalanzaron sobre él cual soldados en una redada de estupefacientes.

- ¡Eh tu! Devuélvenos el rubí.
- Claro, sin ningún problema.- El hombre les devolvió la joya con tanta facilidad que los dos se quedaron inmóviles sin saber muy bien lo que hacer. - Vamos, no tengo reparo en devolvéroslo, pues soy bueno y justo, pero volveréis a tener el mismo problema. Además, por lo que veo, no habéis dormido esta noche y creo no equivocarme al pensar que la causa son los rubíes que portáis ¿Me equivoco? Tigana y Robereth se miraron, pues aquel hombre había dado en el clavo, los dos afirmaron moviendo la cabeza.
- Tranquilos, tengo la solución. Uno de vosotros me dará el rubí que guarda, con el otro haréis turnos, de tal forma que uno siempre podrá dormir mientras el otro lo guarda. Yo, que soy sabio y Justo, no tendré problema en guardar los otros dos, pues no hay nadie en la ciudad que se atreva a robarme, todos saben los dioses me acompañan.

Una vez más los dos se miraron, David les había conseguido convencer. Tras jugarse a piedra papel y tijera cual de los dos debía entregar su rubí, la elegida fue Tigana, que dio su joya no sin cierto reparo. Pronto ambos volvieron a estar contentos, no obstante Tigana comenzó a sentir una rara sensación, como si estuviera vacía, como si le faltara algo, no podía dejar de preocuparse por el rubí. Robereth la tranquilizaba y parecía feliz con la nueva situación. De esta manera transcurrió el segundo día y Robereth tuvo que entregarle el rubí a Tigana, que volvió a sentirse relajada tras tanto tiempo alejado de aquella valiosa piedra. Fue entonces cuando Robereth comenzó a sentir lo mismo que Tigana el día anterior. Tras una semana de altibajos, tanto Tigana como Robereth estaban agotados y siempre en tensión. Las discusiones comenzaron a hacerse más frecuentes; que si te has dejado la tapa de la letrina levantada, que si te canta el alerón, que si pronuncias la d como la z… Finalmente decidieron volver a ver a David y pedirle que les devolviera las joyas. Lo encontraron sentado en la taberna, tomando una cerveza con buen aspecto y tranquilo.

- David, devuélvenos los rubís.
- Claro.- el Hombre sacó los dos rubís y los puso encima de la mesa.- Soy un hombre bueno y justo y no me negaría nunca a devolveros lo que es vuestro, pero así sólo conseguiréis volver a la situación del principio. Veo que no tenéis buen aspecto, y creo que se cual es la causa.
- ¿El rubí?- Dijo Robereth intuyendo por donde iban los tiros.
- Exacto, estáis más pendientes de ese rubí que de vuestra vida normal. Yo, que soy sabio y justo, os propongo guardaros los tres rubíes, pues de esa forma ninguno de los dos tendrá el peso de su carga ni tendrá que sospechar del otro. Yo os los devolveré en cualquier momento, siempre que vengáis los dos a pedírmelo, de tal forma que ninguno de los dos podrá engañarse mutuamente. Lo que decía David tenía su lógica, finalmente Robereth le tendió la mano y le dio el último rubí.

Ambos se giraron aliviados durante unos instantes. De repente se dieron cuenta de que ya no tenían ninguna joya. Rápidamente se volvieron a girar, pero sorprendentemente David ya no estaba en la sala. La puerta de la taberna se acababa de cerrar, su riqueza acababa de esfumarse. Robereth y Tigana pensaron durante un segundo perseguirlo, un sentimiento enorme de enojo, pérdida y culpa les inundó, pero luego se fijaron el uno en el otro. Durante aquellos días no habían hecho otra cosa que discutir y recelar.

Luego miraron al viejo Casqui, que con un cuchillo entre los dientes luchaba a muerte con una rata bastante parecida a él. Tras conseguir vencerla les puso una jarra de cerveza y les dedicó una sonrisa desdentada.

- ¿Sabes lo que te digo Tig? Todo lo que necesito lo tengo aquí.- Dijo Robereth volviendo a sentarse en su taburete.

4 comentarios:

Luxuria dijo...

jeje buena historia ;)

ana ca_sa dijo...

¡Menudo morro el de esos dos!
"Todo lo que necesito lo tengo aquí" ¡Ya te digo! felices emborrachándose todo el día sin dar un palo al agua y a costa de los demás.
Pobre Casqui, que buen corazón para estar currando todo el día para pagarle las cervezas a esos vagos.
Ya sé que la moraleja es que la riqueza no da la felicidad sino que, muy al contrario, contribuye a endurecer los corazones y hacerlos egoistas, pero... esos dos personajes no me caen nada bien. Su bondad, fraternidad y armonía son pura fachada, a la primera tentación u oportunidad muestran lo miserables que son en realidad.(Y qué listo el mafioso que les engaña...)
Pero no estoy diciendo que la historia no me guste ¿eh? todo lo contrario. Cuando acabo de leer una ya estoy deseando que llegue la siguiente.

dapita dijo...

me he impreso la historia, la leere cmaino Malaga, ejeje, ya te contare, espero verte en nocheantigua

chaoooooo

Victor dijo...

Bueno, una vez más gracias por leer la historia.

Un Abrazo