martes, diciembre 02, 2008

Historia: El Escritor

La casa era antigua pero acogedora, las paredes de adobe enmarcadas por grandes vigas de madera le daban un sabor especial a aquel lugar. Los muebles antiguos resistían a la carcoma y al tiempo, macizos y oscuros como el salón.

Le gustaba ir allí los días de invierno en que el pueblo se quedaba aislado por la nieve, ponía la chimenea y se calentaba las manos mientras su mente viajaba a otras épocas, a otros momentos que parecían mejores pese a las carencias que sufrió.

Aquella casa siempre había estado deshabitada desde que tenía memoria, sus dueños se fueron un día dándole la llave a su abuela, que la había estado cuidando para cuando sus habitantes se decidieran a volver.

La gente no tardó en inventar historias sobre la casa; fantasmas y diablos, brujas y fantoches… Pero lo único que había en la casa, a parte de un poco de polvo y muchas telarañas, eran ratones, pequeños ratoncitos de campo que corrían por el desván divirtiéndose.

No obstante jamás había pasado una noche allí. Manuela era una mujer fuerte y no le había faltado arrojo para salir adelante en la vida, pero a sus sesenta años nunca se había atrevido realmente a pasar la noche en las viejas camas de colchones de lana, que debido al desuso y a su no mantenimiento debían estar echados a perder.

Se conformaba con sentarse en la mecedora y echar de vez en cuando un leño más al fuego.

Buceando en sus recuerdos se quedó dormida, pero no profundamente. Un sonido en el desván la despertó, cuando abrió los ojos se dio cuenta de que ya era de noche, miró al reloj y vio que eran las siete de la tarde. El ligero sueño había durado más de dos horas. El mismo sonido que anteriormente la había despertado volvió a sonar, era como el de una silla al arrastrarse.

Por suerte la chimenea aún mantenía unas pocas lenguas de fuego que daban iluminación a la sala, se levantó y cogió una vela del cajón de un pequeño mueble, la encendió con una cerilla y procedió dirigirse hacia el altillo para ver de donde provenía el ruido.

El pueblo era pequeño y todos se conocían ¿Habría entrado alguno en la casa? Subió los peldaños crujientes de madera y asomó la cabeza acompañada de la vela. Al fondo le pareció ver lo que era una persona sentada junto a una mesa. Pese al miedo inicial y viendo que ésta no se movía, decidió acercarse despacio. Al estar junto a ella vio que solo se trataba de una manta y una peluca de pelo gris puestas encima de la silla.

Una vez que respiró tranquila, Manuela miró a su alrededor, todo parecía suspendido en el tiempo. Algo le llamó la atención en la mesa, se trataba de un pequeño libro de cuero oscuro, sin título. Nunca antes se había fijado en aquel objeto, aunque también era cierto que pocas veces había entrado en aquel lugar y menos para limpiarlo.

Abrió la tapa y se fijó que ponía un nombre: “Manuela”

–“Qué coincidencia”- pensó

Puso la vela en la mesa y se sentó. Al empezar a ojear el libro se dio cuenta de que era la historia de una persona que al principio le parecía familiar, pero tras unas hojas no le cupo la menor duda de que se trataba de su propia vida desde el momento de su nacimiento. En sus hojas descubrió instantes olvidados hace tiempo, secretos que nunca le había confesado a nadie, la gente a la que había amado, la gente a la que había odiado.

Ni siquiera la impresión de descubrir aquellas cosas le permitía dejar de leer, de pasar hoja tras hoja leyendo todo aquello que ya sabía o no había querido recordar. Tanto tiempo estuvo allí que cuando llegó a las últimas páginas se dio cuenta de que había empezado a clarear y de la vela apenas quedaban un par de dedos de cera. Había llegado al momento en que había subido el desván.

“allí encontró un libro que para su sorpresa, trataba de su propia vida, lo leyó sin poder dejar de hacerlo hasta que llegó a la última pagina, lo que en ella encontró la dejó aterrorizada, pues reflejaba lo que en breve iba a ser su destino. Se giró despacio, temblando y asustada, sin querer creer lo que a punto estaba de ocurrir, pero en el fondo sabía que era cierto, que al darse la vuelta encontraría a aquella figura, aquel ser de capa oscura y rostro pálido, de cuencas sin ojos y sonrisa carente de dientes, de pelo largo, gris y abultado, que había venido a por su alma.”

Manuela se llevó una mano a la boca, no pudo evitar que una lágrima saliera de sus ojos al tiempo que, temblorosa, cerraba el libro. Se quedó mirando a la pared, dejando que pasara el tiempo, sin atreverse a darse la vuelta, rodeada por un silencio completo que ni los ratones ni el viento que corría fuera de la casa se atrevieron a romper. No, no quería creerlo, no podía ser real, todo debía ser un sueño, debía de estar aún en la mecedora al abrigo del fuego. Decidió girarse, temblorosa, aferrándose a aquella idea y al terminar de girarse encontró a aquel ser, sin ojos en las cuencas, carente de dientes en su sonrisa siniestra.

Víctor Manuel Ruiz Cañamero

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1 comentario:

ana ca_sa dijo...

La foto de la ventana es de la casa vieja de Miguel Ibáñez.
No sé si ahora, aunque se rehabilite me voy a atrever a pasar una noche allí...