miércoles, marzo 11, 2009

El Cultureta: Un relato "El Boton"


Hace unos días Antonio, un amigo, me pasó un relato. Ya me había pasado uno anteriormente que me pareció genial, al estilo de "un mundo feliz". En aquella ocasión, tras leerle, no tuve mas remedio que llamarle para expresarle mi profunda envidia y mis felicitaciones por tan magno relato.

El, como agradecimiento, me ha vuelto a enviar una joya, que debido a su extensión, más corta, paso a compartir con vosotros. Se que para los relatos ya tenemos una sección específica, pero creo que después de leerlo sabréis perdonarme.

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El Botón

No sé muy bien por donde empezar. Supongo que debería comenzar por el principio, de donde vengo y todo eso. Debería empezar diciendo que, cuando era pequeñín, vivía en Fuenlabrada, que fui al colegio público “Yerma”, cuando todavía existía EGB. Mi promoción fue de las últimas de BUP y COU… y así podría seguir relatando lo de la carrera universitaria, el grupo de teatro y lo demás… pero francamente, poco importa ya todo eso. Es el pasado.

Lo que importa es lo que ahora mismo tengo delante de mí, es lo que ven mis ojos, es esa posibilidad de cambiar la Historia… ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿En qué momento cambió todo?

Para el resto de la humanidad no lo sé, pero para mí, el cambio tiene una fecha clara: 11 de Diciembre de 2005, el día en que mi novia me dejó. Silvia se llamaba. No sé si todavía vive, seguramente no. Desgraciadamente, a principios del año 2007 vivía en la Costa Este, en Valencia… y todos sabemos lo que ocurrió en aquel el litoral… y las consecuencias que tuvo para nuestra sociedad.

Aquel 11 de Diciembre de 2005, después de escuchar sus palabras de despedida, creí enloquecer. Conducía deprisa, bebía mucho, me comportaba como un hombre que lo ha perdido todo, ya no me importaba nada… recuerdo un día en que paré el coche en una carretera secundaría y arrojé lo más lejos que pude, en mitad de ninguna parte, el anillo que simbolizaba nuestra relación. Después me senté en mi coche, siempre con mi cerveza al lado, y me puse a mirar aquella foto mía, la que Silvia me tomó en una escapada a Toledo. Me veía a mi mismo, pero veía reflejada nuestra relación. Mierda, pensaba que yo era una persona más fuerte. Minutos después mi desesperanza me llevaba a buscar, entre sollozos y lágrimas impotentes, el anillo en aquel campo perdido. Nunca lo encontré. Nunca recuperé a Silvia. Había tocado fondo.

Pero ese día decidí cambiar. Quería verme a mi mismo como un león, como una fiera que ruge y espanta todo el daño que existe a su alrededor… pero aunque lo intentaba, me seguía viendo como un perrito de peluche sucio y abandonado. Tenía que hacer algo radical y lo hice: me fui a vivir a Málaga, a una casa perdida entre los montes, herencia de familia… sin televisión, ni radio… salía lo justo para conseguir provisiones… y así pasaron los meses.

Fuera de mi burbuja, en el mundo real, las cosas se precipitaban al caos y a la locura. La guerra preventiva en Irak triunfó, y pronto se extendió a otros países... Irán, Siria, Arabia Saudí… La ONU fue disuelta. Los viejos bloques se rearmaban con nuevos aliados. Los discursos se volvían más radicales, el miedo lo inundaba todo. Ya no hacía falta una excusa para empezar una guerra, simplemente se hacía. Las guerras olvidadas de África terminaron: ahora eran guerras abiertas para saquear los países. Aquí, en nuestro país, la manipulación y radicalización del gobierno empezó por el fomento del odio racial. Y empezó precisamente en Fuenlabrada, a raíz de una noticia cualquiera en un periódico local: unos porteros mataron a un joven marroquí. Hubo manifestaciones a favor de los porteros, del joven… los medios de comunicación trabajaron muy bien posicionando a la gente unos contra otros, entonces llegaron los disturbios, el toque de queda, el Acta General de Expulsión… la locura. Lo peor fue que nos acostumbramos.

Una de las veces que salí de mi aislamiento, escuché lo de Valencia: Argelia había bombardeado. Se había declarado el Estado de Guerra. Yo me reí. Realmente hacía mucho tiempo que el Estado de Guerra se había declarado a nivel global, sólo que ahora nos tocaba directamente con bombas, como a millones de personas fuera de nuestras fronteras.

Me disponía a volver a mi rincón aislado en los montes, cuando una patrulla del ejército me detuvo. Me pidió mi DNI y me informaron de que tenía que incorporarme a filas. Le di un puñetazo a uno de ellos para ganar tiempo mientras huía: no quería ser parte de aquella absurda carnicería. Todo fue inútil. Me alcanzaron, me llevaron preso y en el calabozo me dieron una paliza. En el éxtasis de aquella locura no existían los derechos, no importaba quién eras o que hacías, lo que pensaras o cuales eran tus sueños; lo único que importaba era cuanta sangre podías derramar, cuanto tiempo podías seguir caliente y disparando, antes de caer frío y desaparecer.

En unas semanas estaba en un acuartelamiento de Guadalajara. Era el cuerpo de ingenieros, allí me tocaba estar según mi formación universitaria. Nos despertaban todos los días con una corneta y comenzaba el día. La instrucción, el arte de matar a otro ser humano, nos alimentaba de sol a sol. “Estas muerto”, me repetía todas las mañanas mi sargento “Estas muerto y no te debe importar matar”. Ellos trataban de borrarnos el cerebro, las ideas, el pensamiento, de hacernos creer que sólo existía la muerte, que la guerra era la solución necesaria.

Mientras más trataban hacerlo, estaba más seguro de que era todo una mentira. El enemigo no eran los países sobre los que también lanzábamos misiles, eran las personas que había detrás de los intereses que movían todo aquel teatro. Después de la instrucción, me destinaron a la División de Armas Tácticas, bonito nombre para llamar a las armas nucleares compradas a los aliados. Pero aunque mi sargento ya no me decía todos los días “Estas muerto”, el mensaje de fondo que se respiraba en todas partes era el mismo: miedo, miedo al otro, miedo a hablar, miedo a los superiores, miedo a pensar, miedo a rebelarse. Si dudabas de la más mínima orden eras un cobarde. Te hacían sentir sucio por el hecho de intentar usar el cerebro.

Yo fingí seguir la corriente. No hacía amigos, no hablaba, me movía sigiloso y vigilante como un gato. Estaba pensando algo, ideando el plan que me ha traído hasta el momento presente. Mi sargento tenía razón: estaba muerto, mi corazón había muerto el 11 de Diciembre del 2005, y nada me importaba. Así que tenía que sacarle ventaja a aquello. Y como un gato, sigilosa y furtivamente, contacté con otras personas de una red clandestina. Entonces el azar me ayudo.

“Antonelo, ¿eres tú?”

Antonelo. Nadie me llamaba así desde los años de la universidad. Era Yerún, un amigo, una hermano casi, una de las personas más importantes de mi vida. Y estaba allí, en la misma División que yo. Nos abrazamos. Él era capitán, yo soldado, pero eso daba igual. Sabía que Yerún pensaba como yo.

En pocas horas le conté a Yerún mi plan y él decidió ayudarme. Había estado esperando algo así desde el principio de todo. Él tenía acceso a la Estación “El Buho”, la que comanda los misiles tácticos.

La noche que ejecutamos la acción, nos despedimos mirándonos a los ojos y sonriendo. Decidí cargar en mis hombros la responsabilidad de aquella primera acción. Además, Yerún tenía más valor táctico, usando la jerga militar: tenía más contactos, él podría difundirlo y contactar con la red global Anti-sistema; teníamos que pararlo desde dentro y desde todo el Mundo.

Sabía que no volvería a ver a Yerún, pero no experimentaba sentimiento de pérdida, sino de esperanza, la esperanza de que con aquella primera acción, muchas otras seguirían y tal vez, entre las personas de este planeta, conseguiríamos detener la locura de la guerra.

Yerún, valiéndose de su graduación, había conseguido despejar de guardias la puerta de acceso unos instantes. Tecleé FRESA en el panel de entrada sin poder reprimir una carcajada por lo estúpido de la contraseña, y accedí al centro de control del SIMTE, el Sistema Inteligente de Misiles Tácticos Españoles.

Y aquí estoy ahora, aislado en el recinto. He bloqueado la puerta y me he atrincherado tras los muros de metal y hormigón, pero sé que pronto llegarán hasta aquí y acabarán conmigo. Acabo de introducir los códigos de desarme y autodestrucción de los misiles tácticos. Solamente tengo que apretar el botón ENTER del teclado.

¿Alguna vez habéis pensado lo que haríais vosotros si hubierais sido el piloto del Enola Gay? ¿Cómo habríais actuado si de vosotros dependiera el futuro inmediato de cientos de miles de personas en Hiroshima? ¿Y si por un momento ese soldado no hubiera sido como un robot y hubiera actuado por su propio razonamiento?

Muchos me llamarán terrorista. Muchos me tacharán de infiltrado del enemigo, de antipatriota, me dirán que cómo puedo eliminar las armas nucleares de mi país. A todos ellos les digo: al pulsar este botón de ENTER, lo que quiero es eliminar estas armas nucleares, pero también las demás armas, todas las armas, del mundo entero, quiero eliminar las barreras que nos separan, las fronteras, los intereses que nos condenan a la esclavitud y al odio.

Sé que esa posibilidad parece irreal, pero no soy el único que tiene esperanza, y pronto la humanidad entera creerá en ello y esta guerra terminará. Terminará de una forma o de otra.

Espero que este correo electrónico os llegue a todos, porque es lo último que voy a hacer en esta vida.

Escucho una explosión. Han entrado en el complejo. Adiós.

Firmado: Antonio Martín Joven, un ser humano, como tú.

Esta obra esta protegida con Creative Commons, esta permitida su difusión siempre que se nombre al autor y no tenga fines comerciales

4 comentarios:

ana ca_sa dijo...

Es como el argumento de un corto, o una miniobra de teatro. Buen relato.
Y ojalá no tengamos que vernos, jamás, en la situación de apretar ningún botón de esos. ¡malditas guerras!

Roberto M. Cidoncha dijo...

¿Qué puede hacer un humilde lector tras leer un relato así? Tan sólo aplaudir.

Saludos de Robe.

Marino dijo...

Joder!

Genial el relato!

Felicita a tu amigo de mi parte :)

Victor dijo...

la verdad que, al menos a mi, me da que pensar, y eso es lo mas positivo que le veo.

Un saludo chavales, a seguir asi